por Fernando Hoppenstedt
¿Qué hay detrás de ese deseo por estar siempre conectados unos con otros en todo momento? Uno de los privilegios innegables que hemos obtenido con las redes sociales, si es que realmente podemos llamarlo como tal, es la oportunidad de poder eliminar la distancia espacial que naturalmente nos separa de otros, pudiendo así, estar presentes en todo lo que nos interesa y de la misma manera compartir todo lo que deseamos que vean de nosotros.
A pesar de la poca novedad que este tema probablemente representa, admito que la manera en que hemos hecho de estas nuevas herramientas digitales una parte inseparable de nuestro ser y del día a día es, sin duda, una de las cuestiones que con mayor agudeza hostigan mi mente.
Es justo e inevitable reconocer que el contexto digital actual ha revolucionado diferentes ámbitos de nuestra vida en formas que se pueden considerar positivas. Sin embargo, también ha surgido a la par una noción crítica que expresa serias preocupaciones ante el efecto que tiene el uso tan voraz de las nuevas plataformas sociales digitales en las actuales generaciones.
Consternados por la arrasadora forma en que los dispositivos y las redes moldean las nuevas formas de la comunicación humana, intelectuales, filósofos y académicos denotan en célebres publicaciones que el narcisismo y la búsqueda de identidad individual, por mencionar algunas, son características que estos medios han potencializado en las personas y principalmente jóvenes, a niveles que rayan en lo absurdo y extremo.
Para orientar este texto a la reflexión que quiero hacer, continuaré por recordar a Erick Fromm. El psicoanalista alemán definió hace más de medio siglo, en la que es quizás su obra más emblemática, el problema de la existencia humana, como el miedo a la separación del mundo.
“Estar separado significa estar indefenso, inhábil para agarrar el mundo – las cosas y las personas – de forma activa; significa que el mundo puede invadirme sin poder yo hacer algo al respecto.” – Erick Fromm, El Arte de Amar.
Hoy más que nunca me encuentro severamente inclinado a estar de acuerdo con la noción de Fromm porque, pese a su antigüedad, parece estar vigente en todos los rincones de la actualidad. Siempre optamos por el escapismo. Escapismo de una realidad que a veces parece angustiarnos, oprimirnos, y sofocarnos con cotidianidad, aburrimiento, conformidad y sufrimiento que, lejos de ser anormales, son propios de nuestra bella condición humana.
Empeñamos un esfuerzo enorme en atenuar las angustias del día a día aunque sea durante breves espacios de tiempo. Ya no hay espacio en nuestra configuración humana para la idea de lo negativo. Construimos y buscamos edificar una narrativa personal basada en el goce, el disfrute, el placer superficial y el ahora nauseabundo e inalcanzable ideal de felicidad.
“El dolor, ese sentimiento de umbral en presencia de lo otro, es el medio del espíritu. Espíritu es dolor. La fenomenología de Hegel describe una vía dolorosa. En cambio la fenomenología de lo digital es la fenomenología del me gusta.” – (Han, 2014, p. 57)
Tenemos, o así parece, miedo a estar solos. Es por ello que nos volcamos a las redes sociales para encontrar un espacio seguro donde haya actividad, intercambio e interacción en todo momento. Una característica de estos medios es el ruido digital, generado por videos, imágenes, textos e información, muchas veces irrelevante. Este ruido es lo que buscamos ante la incapacidad de manejar o mantener el silencio. El silencio es el medio del espíritu, según el filósofo coreano Byung-Chul Han. El silencio o la práctica del mismo lleva en muchas ocasiones a la introspección, la exploración del estado en el cuál nuestro ser se encuentra.
Una de las razones por las cuales comúnmente evitamos la introspección, es por el miedo que nos provoca la idea de tener que enfrentarnos a nosotros mismos. Uno podría alegar que dicha actividad funciona mejor mientras se está en silencio de forma consciente. La sociedad en la actualidad huye despavorida de la reclusión y busca el ruido, el tumulto y el olvido de sí misma, perdiéndose en lo digital, y buscando en este mismo canal el respiro y aliviane que realmente encontraría en la introspectiva soledad.
No debemos confundir soledad con alienación. No sugiero que cada uno deba excluirse de los grupos sociales de forma permanente sin volver a ver la luz. La idea radica en permitirse tomar, en medida de lo posible, distancias de aquellas rutinarias dinámicas (no únicamente laborales, sino de pensamiento, acción y ejecución) y buscar profundizar y reflexionar sobre nuestro andar por el mundo. Actuar con consciencia. No pretendo aseverar que sea una norma universal, pero sí considero que actualmente formamos parte de un contexto superficial, chato, y a momentos, deshumanizado. Cuando todo es tendencia y entretenimiento, hasta las más sublimes experiencias humanas se degradan pasando por el gris filtro de «me gusta» o «no me gusta».
Al pasar mucho tiempo alejados de lo digital, sentimos con horror que nuestra existencia comienza a borrarse, tomando en cuenta que para este punto hemos entendido la existencia pública y al alcance de los demás y no aquella que realmente lo está. Es en este intento desesperado por volver a aparecer, por seguir existiendo, por salir nuevamente de la sombra, del anonimato a la luz del estrellato, donde lo privado se ha evaporado, que lo exponemos todo porque nos importa demasiado. Abriendo la compuerta de nuestra descompresión como individuos con la acción más simple: “Publicar” “Compartir”.
“La sociedad del control se consuma allí donde sus habitantes se comunican no por coacción externa sino por necesidad interna, o sea, donde el miedo a tener que renunciar a su esfera privada e íntima cede el paso a la necesidad de exhibirse sin vergüenza, es decir, donde no puede distinguirse la libertad y el control.” (Han, 2014, p 75)
Otras característica de nuestros tiempos es la necesidad de volverlo todo una experiencia positiva, la cuál, además de venir con inmediatez, nos convierte adictos a su sustancia. No hay lugar en nuestra generación para la no gratificación. La gravedad está en la concreción de un círculo vicioso inconsciente, por llamarle poca cosa, en donde lo positivo está siempre presente y se esfuma dejándonos en el punto de partida: solos, angustiados y enajenados.
A pesar de ser una visión pesimista de nuestra sociedad, es importante detenerse a reflexionar que más allá del posible beneficio que obtenemos de los medios digitales, hemos caído en una subordinación y dependencia de los mismos, queriendo resolver hasta las condiciones más primarias de la condición humana.
Resultaría ingenuo e idealista pensar en que lo que se necesita es regresar a los tiempos sin teléfonos inteligentes y redes sociales para retomar la consciencia de nosotros mismos, porque además de que no sucederá, tampoco es el punto. Pero será importante, necesario y urgente que aprendamos a dominar nuestros medios y no permitir nos subyuguen.
Licenciado en Ciencias de la Comunicación en la Universidad Anáhuac. Está especializado en producción y dirección de medios digitales. Ha colaborado en diferentes ramas de la comunicación desde el periodismo y redacción así como post-producción digital y comunicación organizacional.