“Siempre he escrito sin saber demasiado por qué lo hago, movido un poco por el azar, por una serie de casualidades: las cosas me llegan como un pájaro que puede pasar por la ventana» – Julio Cortázar, Berkeley, 1980
por Jorge Eulalio Hernández
A Cortázar lo conocí por culpa de la música. Aún cursaba la preparatoria cuando me inscribí a un curso de producción que duraría un año. El temario era variado: incluía clases de grabación, ingeniería en audio e historia de la música, entre muchas otras que aún encuentro increíblemente útiles. El primer mes, tuve la clase de apreciación musical y esa fue en la que me topé con Cortázar.
Nuestro maestro era un baterista que nunca escuché tocar, amante del jazz y con una de esas personalidades muy extrañas que sufren de un carisma intermitente, alternando con una pedantería y soberbia bastante toscas. Me caía mal, pero me inspiraba admiración por sus comentarios y deseo de llevar la cultura a un montón de jóvenes greñudos, con furiosa mirada parricida y frentes texturizadas con acné.
A pesar de ser una clase sobre música, el maestro nos recomendaba libros con la excusa de “sensibilizarnos” como artistas. Recuerdo que mencionó a Vargas Llosa, a Lezama Lima… pero no fue hasta que mencionó el título “El Perseguidor” de un tal Julio Cortázar, que hablaba sobre el jazz y el mundo nocturno parisino, que me dejé seducir por alguna de sus recomendaciones. Llegué a la librería a buscar el título y me di cuenta, entonces con una opinión de holgazán, que para leer con tranquilidad el cuento y no tener que leerlo rápidamente ahí mismo, tenía que comprar uno de tres volúmenes que compilaban los cuentos de Cortázar. Pero algo había en el ojo derecho de Julio, protagonista de la portada de ese tomo, que me convenció.
Para ese momento, yo ya había leído a algunos autores de elección personal, escapando de los «clásicos» somníferos que pedían en la escuela. Estaba familiarizado con Agatha Christie y Arthur Conan Doyle, Herman Melville, Chéjov y Edgar Allan Poe. Cuando leí a Cortázar entendí que no solamente había leído un cuento más, sino que algo de aquellas páginas me había llamado desde el final de mis días. Devoré la obra de Cortázar como si de ello viviera, buscando la respuesta para una pregunta que aún no se presenta de manera explícita. Poco tiempo después me enteré de que había sido el mismo Cortázar quien había traducido al español los cuentos de Edgar Allan Poe, “El Hombre Que Sabía Demasiado” de Chesterton y “Robinson Crusoe” de Daniel Defoe, autores y obras que me habían llamado desde algunos años atrás; también pensé que mi gusto temprano por Arthur Conan Doyle y Agatha Christie tuvieron mucho que ver con que el título “El Perseguidor” ,que antes de leerse bien podría sugerir un tema detectivesco, fuera atractivo para mi.
Después de leer sobre los posatigres, los cronopios, las famas y aquella maravillosa historia sobre el vampiro Duggu Van, decidí que tomaría el camino de ser escritor, por lo cual me propuse conocer algún día al gran Julio Cortázar. No pasó mucho tiempo para que se me ocurriera leer el prólogo del compendio de cuentos, titulado «La Trompeta de Deyá», escrito por Vargas Llosa, y enterarme de que el gigante había muerto seis años antes de que yo naciera. El corazón como un jarrón bateado y el encuentro con Cortázar pospuesto. Vaya decepción.
Algunos años pasaron para que conociera a uno de mis grandes maestros, Manuel Pereira, un escritor cubano perteneciente a la última sección del boom latinoamericano, quien me enfiló (como a muchos otros amigos escritores) al oficio y me enseñó sobre la grandeza del hombre de letras. Entre lecciones, Pereira nos contaba de sus encuentros con Geraldine Chaplin, Fidel Castro, el Ché, Lezama Lima, García Marquez (a quien por cierto conocí tres veces, pero eso ya será para otro momento) y, por supuesto, Julio Cortázar. Sin restarle importancia alguna a mi gran maestro, su cercanía con Cortázar me acercaba un poco más: ahora Julio Cortázar y yo estábamos a dos grados de separación… más el grado de separación que suscribe la muerte, por supuesto.
Cuando lo leí por primera vez, apenas y era importante la literatura en mi vida. Incluso me proponía a vivir de la música. Sin embargo, hoy escribo como autor y ya con una carrera en letras. Me llena de regocijo agradecerle a Julio que se haya aparecido, oportuno como siempre, para que no me desviara del camino que le daría sentido a los absurdos de la vida.
A treinta y cuatro años de la muerte de este titán de la literatura, solamente se me ocurre dedicarle lo siguiente:
Gracias, Julio. El sentido de la vida lo encontré en tus letras, para después, encontrarlo en las mías, siempre sabiendo que las segundas son una humilde consecuencia de las primeras.
Escritor e Ilustrador mexicano. Apasionado del arte y el psicoanálisis, es el Director y Editor general de Pluma Forte.
Ha colaborado en medios impresos como Consultoría (CNEC), Fortune, Expansión (RevistaObras), así como radio y televisión en Grupo Fórmula. Fue locutor titular de «Culto a la Cultura» (ADR Networks). Está certificado como Health & Wellness Coach (AFPA) y tiene un proyecto de consultoría en salud y bienestar.
Por su trabajo como ilustrador, fue incluído en el libro «Pictoria Vol.3: The Best Contemporary Illustrators Worldwide» (Capsules, 2019), trabaja de manera continua en su obra creativa y actualmente prepara su primer libro, una colección de cuentos.