Alexander Mackendrick aseguraba que “…lo que realmente dirige un director de cine, es la atención del espectador”, una inspirada reflexión que despoja al director de su labor técnica y se concentra en su labor de lazarillo, un guía en el mundo desconocido que la audiencia ha decidido explorar. Sin embargo, los buenos directores no solamente guían al espectador, también le dictan una disposición específica para recibir la historia. Se podría decir que, en una exquisita labor, casi chamánica, el narrador logra dirigir los ojos del público, contagiándolo con su propio pathos.
Acerca de este fascinante efecto, encuentro “Blackkklansman” (Spike Lee, 2018) como uno de los ejemplos más solemnes y legibles. El regreso de Spike Lee a la silla de dirección ha sido uno de los más importantes eventos para el cine de nuestros tiempos: se trata de la adaptación cinematográfica de las memorias de Ron Stallworth, el primer afroamericano que ingresó al departamento de policía de Colorado Springs. Este increíble personaje logró infiltrarse, mediante ingeniosos métodos y con la ayuda de otros policías, a la secta del KKK que operaba en su localidad. La película es extraordinaria, pues logra retratar una cruda realidad de la sociedad americana desde un punto de vista objetivo y justo, al sazón de momentos humorísticos y lugares comunes. Sobra decir que la maestría de Spike Lee brilla en todo momento, sobre todo en los últimos minutos de la película, cuando evoca el ideal aristotélico de la tragedia: la compasión y el horror, al servicio de la revelación de una verdad moral.
Seguro de la existencia de numerosas reseñas y comentarios sobre esta película, quisiera concentrar mis esfuerzos para denunciar las cualidades de momentos muy específicos, aparentemente estacionarios e inútiles para el progreso de la narración, pero de gran importancia para el “contagio empático” del cual hemos hablado en un párrafo anterior.
La pareja protagonista de la historia está conformada por Ron Stallworth (John David Washington, hijo del increíble Denzel Washington) y Patrice Dumas (Laura Harrier). A partir de su encuentro en un mitin, en el que escucharemos las ideas del político Stokely Carmichael, Ron y Patrice tendrán una serie de interacciones a las que Spike Lee prestará especial atención: van por unos tragos al bar, bailan, caminan en un parque y discuten apasionadamente al revelarse verdades importantes. A través de estas escenas cándidas, el director, desinteresado en dar pasos para la historia, compone una bellísima carta de amor a su cultura y su raza.
En muchas películas, cuando los protagonistas deciden ir a bailar, es común que el volumen de la música esté en un “primer plano” auditivo, un lenguaje que nos dice que los personajes están inmersos y poseídos de su contexto sonoro. Sin embargo, Spike Lee decide bajar el volumen de “It’s To Late to Turn Back Now” («…i believe I’m falling in love”), permitiéndonos oír los chasquidos, aplausos, cantos y frufrú de prendas que emite un grupo de jóvenes afroamericanos en este espacio, ostentando enormes afros, símbolo contestatario contra la opresión estética de su cultura. Presumo el gusto de tener amigos afroamericanos y presumo aún más la experiencia de haber bailado en contadas ocasiones con ellos: la música es sometida bajo el mágico ritmo de sus movimientos, la oscuridad y su piel se funden en un solo ente, dueños de la noche y las notas, como si la música emanara de sus caderas y no de los instrumentos. Sobre esto, Lee se enorgullece y comparte un momento íntimo, probablemente frecuente, recordando la presencia maravillosa de los momentos tribales en el mundo moderno, el orgullo de la identidad racial y el placer de sentirse cómodo dentro de la piel propia.
En otra escena, Patrice y Ron caminan en un parque. Ron interrumpe la conversación política (una especie de contaminante continuo de sus pláticas) para hablar sobre cine. Hablan sobre el cine negro de la época, clásicos como «Shaft«, «Coffy» y «Superfly«, la aparición de estrellas de acción como Richard Downtree y sex symbols como Pam Grier, la relación del cine con la cultura del sexo y la temática de los filmes de explotación (blaxploitation), sobre las cuáles Patrice hace una importante observación: denuncia a este género como cómplice en la elaboración del estereotipo del pimp negro y el prejuicio de vinculación de la raza afroamericana con el mundo de las drogas y la prostitución. Sobre esta línea de constante objetividad, Spike Lee agrega un párrafo más a su carta: rinde tributo a los pioneros de un cine de orgullo racial que desapareció con los años, subraya la importancia de los íconos culturales y la necesidad de los héroes que nos representan en la mitología contemporánea. El cine como resistencia: como un arma, la respuesta necesaria a las ideas que el mismo medio cinematográfico permite conferir en “Birth of a Nation” (1915) de D.W. Griffith, considerada como una de las películas más racistas de todos los tiempos e irónicamente una de las primeras piedras del edificio hollywoodense.
Cuando Spike Lee recibió el Oscar por mejor guión adaptado en la ceremonia de 2019, su conmovedor discurso derramó cálidas lágrimas de la mayoría de los asistentes afroamericanos: “Estamos conectados con nuestros ancestros. Recuperaremos el amor y la sabiduría. Recuperaremos nuestra humanidad. Será un momento muy poderoso” dijo esperanzado. Uno de los pasos hacia ese rescate moral es Blackkklansman, que no solo está ahí para denunciar las atrocidades de las que es capaz el hombre, sino para recordarnos que pertenecemos a diferentes grupos culturales, que tienen costumbres y rituales propios, importantísimos para la arqueología y construcción de nuestra identidad; a pesar de esta visión romántica de lo tribal, Lee no deja de reconocer que los grupos como el KKK operan de la misma forma: se reúnen para realizar sus propios rituales, se repiten las características que los definen, fortalecen su identidad a través de tradiciones. Como en un ensayo comparativo, Lee expone las diferencias entre el refuerzo de identidad racial y el refuerzo de ideologías racistas: una viene de la sangre propia, la otra viene de la sed por la sangre ajena.
Independientemente de las turbias aguas que explora en esta obra, Spike Lee demuestra que está enamorado de su raza y su cultura. Con su maestría, se infiltra en nuestros ojos para que veamos la belleza de los actos tribales y lo mucho que perdemos al omitirlos. A su vez, nos invita a vernos a nosotros mismos, a preguntarnos si hemos honrado a nuestros antepasados, si aún bailamos nuestras danzas y cantamos nuestras canciones, si nos vestimos para acentuar quienes realmente somos y si somos capaces de aprender algo de los miles años de historia humana.
Escritor e Ilustrador mexicano. Apasionado del arte y el psicoanálisis, es el Director y Editor general de Pluma Forte.
Ha colaborado en medios impresos como Consultoría (CNEC), Fortune, Expansión (RevistaObras), así como radio y televisión en Grupo Fórmula. Fue locutor titular de «Culto a la Cultura» (ADR Networks). Está certificado como Health & Wellness Coach (AFPA) y tiene un proyecto de consultoría en salud y bienestar.
Por su trabajo como ilustrador, fue incluído en el libro «Pictoria Vol.3: The Best Contemporary Illustrators Worldwide» (Capsules, 2019), trabaja de manera continua en su obra creativa y actualmente prepara su primer libro, una colección de cuentos.