Un Extraño Enemigo

Un poco antes de la entrega de los Oscares 2019, el periódico Reforma publicó una breve reflexión de Daniel Giménez Cacho titulada “And the winner is…”. En esta publicación, cuyo título persigue el efecto sarcástico, el actor llama a abrir los ojos ante una inminente “operación de colonización cultural y comercial” . Expone el éxito de «Roma» de Alfonso Cuarón como un síntoma trágico, que manifiesta la debilidad del sistema de educación, producción y exhibición del cine nacional ante las fuerzas mediáticas de las potencias cinematográficas.

El texto de Giménez Cacho es confuso y cae varias veces en una situación borrosa, que parece impedirle a su autor el reconocimiento de la identidad de su enemigo. Al principio, busca la politesse: felicita a Yalitza Aparicio por su éxito, sostiene la importancia de su papel como representativo de un sector de la población nacional, aplaude su trabajo e incluso le da la bienvenida a su sindicato. Después de otros párrafos, únicamente redactados para evitar mordidas de la sociedad hipersensible, Giménez Cacho va al grano:

“… el presupuesto asignado a la educación cinematográfica se redujo, a la Academia Mexicana de Ciencias y Artes Cinematográficas se le asignaron cero pesos con cero centavos.

El Estado mexicano no tiene ningún plan para defender nuestra cinematografía, que debe competir en nuestro propio territorio en circunstancias desventajosas contra la industria norteamericana.

Las plataformas digitales trabajan sin regulación. En el nuevo tratado comercial con EU fuimos arrojados al abismo de la libre competencia, en la que el tiburón hollywoodense es el dueño.”

Muy informados sobre el terrible monstruo que persigue al actor por las noches, podemos notar una peculiaridad: no distingue entre Hollywood y las plataformas de streaming. En un solo párrafo, habla de las plataformas digitales y el “tiburón hollywoodense», como si fueran la misma cosa.

Es de todos sabido que Daniel Giménez Cacho es, además de un excelente actor—a quien personalmente admiro por la calidad de su trabajo— un activista que participa en la política, fuerte defensor del sector de las artes y la cultura. A lo largo de su carrera, ha puesto sobre la mesa temas de gran importancia, tanto a través de su arte, como en las mesas políticas. Sin embargo, las fallas argumentales de su texto no sólo debilitan su discurso, sino también develan un sistema de disposiciones desde el cual muchos artistas y personas de cultura del país abordan los temas: generalización, amarillismo y un extraño péndulo entre el miedo y el enojo. A veces parece que los esfuerzos políticos de personajes de las artes y la cultura son, más bien, indiscriminado barullo, producto de una reflexión precipitada.

Pocos días después de la ceremonia de los Oscares 2019, Steven Spielberg anunció que, en la próxima reunión con la Academy Board of Governors (la junta directiva de la Academia), propondría algunas normas para limitar o evitar las nominaciones de películas producidas por plataformas de streaming. Algunos medios, como Indiewire y Collider sugieren que a Spielberg no le gustó la cercanía de Roma al Oscar por mejor película. Según un comunicado oficial de Amblin, Spielberg sostiene que “hay una diferencia entre las situaciones del streaming y la sala de cine”. Como ya lo han indicado algunos periodistas, esto ubica a Spielberg en contraposición con el legendario Martin Scorsese, quien este año estrena, bajo el ala de Netflix , su nueva película “The Irishman”.

Aunque parece surgir del sentimentalismo y como la intención de preservar la experiencia en el cine, es muy posible que la iniciativa de Spielberg se trate de un conflicto de intereses económicos. Las plataformas de streaming han puesto al mundo del entretenimiento de cabeza, pues no solamente plantean nuevas posibilidades para el showbiz, sino también han provocado interesantes debates en torno a los espacios de exhibición, la experiencia cinematográfica, la homogeneización de contenidos y las decisiones ejecutivas entre cantidad y calidad. A pesar de ser uno de los hombres más influyentes de Hollywood, posicionado al centro de la red mundial de cineastas, Spielberg pertenece al sistema tradicional y reconoce que los intereses de Hollywood no son los mismos que los de Netflix.

Ahora, de vuelta al texto de Daniel Giménez Cacho:

“Lamento mucho que no estemos viendo que una operación comercial sin precedente como esta, llevada a cabo por Netflix , y que ha invertido más millones de dólares que nunca para competir contra la exhibición en salas, encuentre lugar en el corazón de nuestro nuevo nacionalismo de cuarta transformación

…y termina su texto, con un llamado a la acción que confunde de nuevo:

“Resistamos y fortalezcamos nuestra industria, nuestra diversidad, nuestra originalidad.
¡No aceptemos un mundo en el que Hollywood sea dueño del futuro!”

A estas alturas, no será difícil para el lector reconocer que Giménez Cacho no sabe a quién tirarle los balazos. Habla de la inversión millonaria de Netflix, pero nos motiva a no permitir que Hollywood sea dueño del futuro. Quizá piensa que “Hollywood” es todo aquello del cine que no se hace en México; que, así como lo expresan muchos regímenes latinoamericanos, todo lo malo que nos pasa es por culpa de los yankees. Además, en un gesto que bien podría caer en lambisconería descontrolada, saluda a la Cuarta Transformación, misma que redujo la inversión a la cultura en sus primeros meses, un culatazo que aún recuerdan las narices de actores como Diego Luna y Gael García Bernal, que tanto ondearon las banderas morenistas. Con las últimas líneas citadas, Giménez Cacho concluye un texto que sólo da cuchilladas en la oscuridad, falla al intentar exponer el problema y culpa al pueblo por andar festejando el logro de «Roma», para él, un caballo de Troya, contenedor de un batallón imperialista.

Pero el imperialismo mediático y cultural no es ni una mentira ni una novedad: la predominancia de la cultura norteamericana es una realidad que ha afectado, con cancerígena acción, la identidad de los países y sus habitantes. Acompañado de una perezosa instrumentación,en cada concierto de Rammstein, Till Lindemann repite “We’re all living in Amerika”, recordándonos que la conquista cultural no está en proceso, sino se logró hace muchos años. Efectivamente, los efectos son catastróficos para las culturas y, en medida de lo posible, es conveniente que existan fuerzas conservadoras que cuiden el mantenimiento de la herencia cultural de los pueblos.

Sin embargo, los defensores de estos intereses no hacen bien su trabajo. No logran ser efectivos porque flaquean en uno de los talentos más importantes para hacer buena política: la argumentación. Anthony Weston, el autor de uno de los libros más accesibles sobre el tema, rescata las verdaderas definiciones de discutir y argumentar:

“….discutir, dar argumentos, significa ofrecer una serie de razones o pruebas para apoyar una conclusión… Argumentar no es simplemente afirmar un punto de vista….implica un esfuerzo para apoyar un punto de vista con razones. Por ello, es esencial usar argumentos cuando se discute.

Y discutir con buenos argumentos no es fácil. El cerebro humano está programado para llegar a conclusiones rápidas, lo cual puede ser realmente perjudicial a la hora de defender un punto, sobre todo cuando estamos vinculados emocionalmente, a tal grado que la razón sea evadida más de una vez.

Efectivamente, Netflix ha echado a andar un poderoso plan de conquista mediática. La controversia no es gratuita cuando un proyecto, que comenzó como una alternativa a la renta de DVD’s, gana tres Óscares entre diez nominaciones y no es exhibida tradicionalmente. En los próximos años, vendrán discusiones y cambios interesantes en la industria del entretenimiento, producto de una justa entre dos fuerzas económicas que aún no se entienden ni se ponen de acuerdo.

El problema con el texto de Giménez Cacho—y otras manifestaciones políticas en México—es que cae en el caótico discurso que ha malnutrido los esfuerzos por rescatar la identidad e independencia de nuestra producción cinematográfica. Se trata de un constante grito ininteligible, que alborota al recipiente pero no propone soluciones específicas, que acusa a la otredad sin rostro como antagonista del progreso y que malinforma al intentar simplificarse. Muchos, no solamente en este ámbito, son víctimas del problema, oradores y oyentes por igual. Es por eso que, desde hace tantos años, nuestra cultura política ha sido tan pobre, nuestras decisiones democráticas tan sentimentales y nuestros gobernantes tan distintos a lo que esperamos cuando introducimos aquél papelito en las urnas.

Completamente de acuerdo con Giménez Cacho y considerando a los cientos de trabajadores de la industria, las cuestiones de distribución y exhibición en salas son temas que deben seguir atendiéndose, y con vigor. Es muy poco el cine nacional que llega a las salas y, cuando llega, permanece por muy breves lapsos en cartelera. Pero habrá que aceptar que muchas producciones, incluso con el apoyo económico de los organismos gubernamentales asignados, concluyen en cine de baja calidad. Además, se repite el apoyo a los mismos nombres, que no han dejado pasar a nuevos talentos, y las historias se han vuelto predecibles en una zona de confort temática y estética.

Aunque no son sus únicas posibilidades, es poco—pero claro que existe— el cine mexicano que enaltece, que invita a la verdadera reflexión intelectual, que conmueve lo suficiente como para encarar verdades necesarias y que se comunica en un idioma accesible al público. Quizá apostarle a las plataformas de streaming, con preferencia por las nacionales,  sea la respuesta para dar a conocer otro cine, en el entendido de que su éxito implicaría la destrucción del sistema como lo conocemos.