El Vacío de un Ser

No tomes muy en serio
lo que te dice la memoria.
A lo mejor no hubo esa tarde.
Quizá todo fue autoengaño.
La gran pasión
sólo existió en tu deseo.
Quién te dice que no te está contando ficciones
para alargar la prórroga del fin
y sugerir que todo esto
tuvo al menos algún sentido.»

-Jose Emilio Pacheco

 

El vacío, según Lacan, es la pérdida del objeto como tal. No hay relación alguna del encuentro que se busca a partir de enfrentar la realidad del sujeto. El individuo está castrado y predeterminado por la cultura, se le arroja a un mundo tan abrumador que lo obliga a darle un sentido mediante la herramienta más importante que pudo desarrollar: el lenguaje. Por naturaleza, busca nombrar cosas y poseerlas para luego dominarlas. Irónicamente, en una era en la que el capitalismo se aferra y promete la felicidad o el amor eterno al alcance de un valor monetario; el ser humano se angustia, cada vez más por lograr capturar el vacío, que por seguridad sabe que nada puede llenarlo. En otras palabras, no tiene idea qué es lo que pretende perseguir porque ni siquiera puede ponerle un nombre o un valor que posiblemente está destinado a permanecer como su propia esencia del ser. ¿Qué es lo que nos determina realmente?

¿Será que estamos expulsados de cualquier armonía?  Caemos en el orden simbólico de nuestro mundo, por ende, estamos frustrados. Por decirlo de otra manera, la felicidad es un invento. Suena aterrador, pero en la misma búsqueda se encuentra el origen de nuestra esencia, y eso es lo que nos define como sujetos ante un mundo lleno de contradicciones. No se trata del alcance de algo, sino del camino mismo. Lo que viene siendo necesario para la supervivencia del individuo. Para que el ser pueda comprender en su totalidad la falta de objeto, debe asegurarse de entender el origen de la castración, según Lacan, que es la deuda simbólica en donde la función del padre es base para la limitación del goce; la privación de la falta de lo real (relación madre-hijo); y finalmente la frustración, el daño imaginario que se entiende como la no aceptación de la pérdida del objeto del goce. En otras palabras, la frustración y la búsqueda constante de un sentido se impregnan en el cimiento que determina la existencia de cualquier individuo.

No obstante, aceptar la desdicha o frustración en toda su plenitud, como un estado natural del ser, sin buscar falsedades o la idea imaginaria de una felicidad concreta, abriría quizás otro panorama del que no se conoce aún. Esto podría funcionar como un incentivo hacia ciertos matices de la vida, por ejemplo, la muerte.

Desde que tenemos visión de la vida, queremos entender el por qué morimos o cuál es nuestro lugar dentro de un mundo incomprendido. Entre más queremos saber, más aumenta la frustración. Solamente al calmar y reafirmar el hueco de nuestra existencia, nos acercaríamos a rodear una verdad. Aquella búsqueda de la verdad en sí, no existe, pero se puede bordear. Esto es algo sumamente importante en la clínica, en que el paciente debe entender que no debe esperar, al momento de analizarse, en buscar respuestas o algún tipo de guía para encontrar la felicidad en el que pueda evitar el hecho de su muerte.

Se trata de encontrar y de asegurar el estado natural del paciente para que pueda comprender finalmente que no se trata de una falsedad, como lo podrían pintar otros terapeutas o los libros de autoayuda. El ser humano, por naturaleza, es desorden, es complejo, es incomprendido por la castración. Es inevitable, viene en su ADN, por decirlo de esa manera. El hombre está destinado a la muerte, pero es agonizante ver la verdad como se nos presenta a cada uno.

Es importante aclarar que no se trata de dejar al paciente al borde de un vacío y esperar lo peor, sino que aprenda a abrazar ese vacío en plenitud y su posibilidad ante el mundo. Por ello mismo, es necesario un análisis de introspección con uno mismo. Solamente al conocernos internamente, transformar y aceptar la frustración como tal; podremos comprender de lo que en realidad está hecho el ser humano. No a partir de falsedades, de posesión de uno con el otro, de violencia o sustancias tóxicas que nos evaden lo verdaderamente esencial y real de nosotros mismos. Sí, será doloroso ver la parte incomprendida de uno mismo que puede que nunca se logre entenderla del todo. Incluso en el ser no existe la verdad, pero se puede tener una idea.

El hombre camina por la vida haciendo malabares de su propia existencia, pero es ahí mismo donde puedo afirmar que ni siquiera el lenguaje puede capturar ese sentir. Va mucho más allá del lenguaje, por más que se utilice la poesía, que son los escritos que se acercan al corazón del hombre. Sería algo mítico proveniente del ser, como diría Lacan. El no tener una respuesta, angustia, así como el saber qué algún día moriremos, aterra. Es inevitable no preguntarse a estas alturas, si miramos hacia atrás, ¿Qué sería del ser humano si tuviera todo resuelto? ¿Existiría todo lo que conocemos hoy en día? Puedo asegurar que no. Si fuera así, no le tendríamos miedo a la muerte, ni siquiera la tomaríamos en cuenta.

La belleza radica en lo incomprendido y en lo complejo del ser humano. Lo único que podría llevar de la mano esta problemática, es el amor. No hablo de expectativas, de amor desvalorizado en la actualidad, o convertir a alguien más en objeto de satisfacción personal o sexual.

Se trata de la empatía, de existir como seres que reafirman ser incomprendidos, pero lo aceptan, y a partir de ahí, escucharse uno al otro, indagar en los pensamientos más profundos y compartir lo que tampoco se puede capturar, el vacío en el que se ven reflejados por un mundo cósmico que los vio renacer.