Especie Inteligente (Alpha 1/137)

 Este principio conviene explicarse de manera simple y poética, excediendo de los derechos que un autor sostiene sobre su obra, como también puede ser representado a través de complejas matemáticas y de estrictas leyes físicas, cálculos incomprensibles para un sólo individuo con un papel y una pluma. Basta decir que en el primer segundo, de una densidad infinita, violentamente, una singularidad encendió la fábrica que originó ese potente estallido, creando las cuatro fuerzas de la naturaleza que ordenan cada detalle de una magnífica historia. Diez segundos después de la expansión, del inicio del tiempo, ya había más espacio que palabras para poder contextualizarlo. Las partículas se fueron separando cada vez más rápido, como un rio cayendo al vacío. Gracias a las implacables fuerzas de esa única naturaleza que junta, conecta y separa la materia, se centrifugaron inmensurables nubes atómicas; después, dentro del polvo estelar, nacieron galaxias que a su vez formaron estrellas. Como en una noche iluminada de luciérnagas, la fosforescencia de estos gigantes, al igual que su influencia sobre la materia, daría vida a otra variedad de fenómeno cósmico, un sistema planetario.

  La entropía en aquel universo siguió incrementando. En la fusión del interior de las estrellas se sintetizaron los elementos que configuraron nuevas posibilidades. Paradójicamente, las estrellas están destinadas a morir junto con todo a su paso; ¡se pronostica un futuro donde reinen las tinieblas! Por mientras, disfrutemos de la luz de una historia en espiral; todo tiene un principio y todo tiene un final.

  Según nuestra órbita y perspectiva, pasaron billones de años terrestres. Desconocemos su aspecto, sin embargo tenemos absoluta confianza de su existencia, o al menos de su probabilidad. Según las observaciones científicas, esta historia sostiene un desenlace semejante al nuestro, donde en algún rincón de un planeta lejano emerge el primer organismo unicelular con una cadena de ADN. Se evoluciona y se diversifica esa información primigenia, incubándose en las calderas de agua caliente de un mundo improbable, multiplicándose hasta apoderarse de su medio y completar su proceso evolutivo. Del agua a la tierra, de un conjunto de células a un tejido, a un órgano, a un sistema y a una especie que respira. Las condiciones apropiadas, más un poquito de tiempo, lo equivalente a unos segundos en el año del cosmos, convierten una célula cualquiera en un complejo aparato nervioso, un cerebro que almacena una conciencia y que da órdenes a un cuerpo.

   No importa el diagrama evolutivo, no en esta historia. Sus dimensiones requieren de síntesis para explicar el mensaje. Surge la diversidad de las especies; el planeta cambia y las criaturas cambian junto al planeta. De un momento a otro, pero a través de constantes y precisas adaptaciones, se ilumina un cuarto que permanecía en la oscuridad temporal, y surgieron aquellas eternas preguntas que nunca podrán responderse. Curiosamente, todos damos con el idioma y con la abstracción metafísica, la utilización de símbolos para explicar la realidad. La comunicación entre la especie inteligente, de lo particular a lo general, expresa el genoma que construye una historia a través del tiempo, independiente y tan viva como cada individuo.

   En un solo universo, indican las matemáticas, convivieron, sin saberlo, incontables civilizaciones de distintas especies y anatomías. No fue casualidad que una, cien, quinientas o mil millones, se enfrentaran a las mismas paradojas que compartimos los terrícolas. En muchos casos, estas agrupaciones “inteligentes” se extinguen con gran facilidad, careciendo del conocimiento para solucionar sus problemas; un virus, una guerra, la escases energética, los asteroides y los incendios, la radiación y la mutaciones, la depresión, la energía oscura y otras fuerzas incontenibles, los llevan a la perdición más nunca al olvido; la luz que emanó su pasado viaja atemporalmente por el cosmos, a través de canales de fotones.

Sorpresivamente, una de estas civilizaciones llega a presentar una contienda a las reglas de la física, aunque sepan de antemano que su destino, al igual que el de todos, es la muerte. Gracias a circunstancias específicas, existe una civilización que destaca entre las maravillas de las creaciones. Nosotros la nombramos “Alpha 1/137”.  

Su aspecto es un enigma, pese a que tenemos certeza de que su planeta central, una exotierra gigante, influye drásticamente en las estructuras de sus cuerpos(los imaginamos compactos). La órbita alrededor de su estrella masiva tarda 75 años en completarse. Si el universo fuera impreso en un mapa bidimensional, lo cual es teóricamente imposible, Alpha 1/137 se localizaría en el vértice de la hoja, en el extremo de un cuadrante ancestral. Se caracterizan, más que por su poder destructivo, por el incansable espíritu guerrero que los ha hecho prosperar ante las paradojas galácticas. Ellos estuvieron aquí mucho antes de que nosotros apareciéramos, y se irán hasta que la última de las civilizaciones abandone la sala y se apague la luz.

   Por naturaleza, han sido una especie curiosa. En esta precisa palabra y lectura, podemos asegurarlo, exploran la tragedia de su propia existencia. Ya pasaron por el estudio del átomo y resolvieron los secretos de la mecánica cuántica, han cruzado el paradigma de los viajes del tiempo, conquistado galaxias y destruido planetas, han mutado, ellos mismos se han reconfigurado, han perdido millones de vidas y han aprendido a vivir con pocas; su doctrina les permite morir con paz, también su conocimiento.  

  En Alpha 1/137 lo cotidiano se trata de una batalla de ellos contra el universo; consideran inaudito lo que ha conseguido su ciencia y por ello se esmeran por conservar la herencia de su especie. Los que nacen en esta exuberancia acceden a una última instancia de la inteligencia y el razonamiento; el estudio de su historia consiste en la comprensión de distintas etapas culturales, de sus migraciones y de sus errores, de los eventos que marcaron su perspectiva y que desafiaron la lógica de su realidad. Debe decirse que su filosofía, inclusive más que su tecnología, se ha desarrollado como una cosmovisión que unifica las corrientes metafísicas y las constantes astronómicas en un sólo ideograma. Mientras algunas ramas de la ciencia se mantienen estáticas, frenadas después de N años de avances y reinvenciones, el estudio del ser les ha resultado infinito.

   Desde el microcosmos hasta el multiverso, los Alpha han venido monitoreando señales  provenientes de mundos fantásticos, comprobando que, en efecto, su cognición resulta un milagro entre todas las inteligencias. ¡No hay duda!, nos han observado, nos han estudiado y medido…Vieron nuestros inicios, desde el homo habilis hasta el homo sapiens sapiens,  la prehistoria, lo medieval, la ilustración y la modernidad, contemplaron los logros humanos más osados, aprendieron de las mentes más privilegiadas, e inclusive se apropiaron de varias técnicas terrícolas para implementar en su innovación y en su progreso. Observan, desde distintos satélites y telescopios, a todas las especies que son aisladas por el cosmos, mas nunca se comunican con ellas  ni interfieren en sus cursos. Les basta presenciarlas desde lejos.

Eventualmente,  las estrellas se terminan su combustible y estallan en supernovas para después convertirse en enanas blancas. Los planetas son pulverizados tras las explosiones; y los que no, se catapultan como colosales asteroides a impactarse con otros cuerpos celestes. De una en una, las estrellas se apagan en silencio, dejando el espacio en tinieblas y extinto de vida. La física nombra a este fenómeno “La era de la degeneración”, periodo de penumbras y exorbitantes movimientos gravitacionales en el cual la materia se concentra alrededor de tremendas densidades.

    Para ese entonces, Alpha 1/137 se habrá dado cuenta que, como la última civilización de una especie inteligente, porta la bandera de todas aquellas conciencias que voltearon a los cielos y se hicieron las mismas preguntas que nunca nadie pudo responderse. El último planeta orbitando la última estrella, calentándose de la última vela que emana calor en el universo. Ahí, la ciencia servirá de poco, si no es que de nada, y los Alpha se tendrán que aferrar a la herramienta que los caracteriza y que los distingue entre las demás cogniciones, que es la imaginación. Muchos astrónomos dejaran de estudiar el cosmos y renunciaran al conocimiento que su especie ha almacenado con soberbia y precisión, bajarán sus armas, tirarán la toalla. Será un momento de celebración y un momento de angustia para los integrantes de esta extravagante especie; ya no es necesario viajar y explorar, es que no hay a donde ir; ya se sabe todo lo que la ciencia puede saber, y sin embargo la moda de un dios supremo, de una magia sobrenatural, se ha retomado.

Se han quedado sin salida, presenciando la muerte del espacio como se le conoce. Esperan, con una devoción inaudita, que ocurra un milagro.

   En algún punto de la superficie del planeta Alpha 1/137 se encuentra una joven criatura que no lo puede creer, no puede creer lo que le cuenta la historia de la especie a la que ahora pertenece. De noche, este joven observa el espacio pero ya no hay nada que observar, y aun así se maravilla de semejante inmensidad oscura. Las paradojas persisten, sin importar el grado de conocimiento que pueda almacenar una cultura. Nosotros, ellos y los otros que no conocemos, contemplamos el cosmos a través de las mismas incertidumbres y dudas eternas; eso, aquí y en Alpha 1/137, representa ser una especie inteligente. Y todas tienen un final.

                                                                                              Mario Arturo Robles