Querido Diario: Hoy Tembló…

Hay veces que me cuesta trabajo descartar la posibilidad de un año 2020 con una agenda definida, una especie de temario de adversidad que parece invitarnos, con creativo ritmo, a dirigir la mirada hacia adentro de nosotros mismos. Sabemos que esta introspección, cada vez más profunda, nos lleva con frecuencia a momentos de humildad que nos recuerdan sobre nuestra finitud, nuestra fragilidad y el enorme valor de aquellas “pequeñas cosas” por las que realmente nos despertamos cada día y aquello que tenemos en común como seres humanos.

Desde hace muchos años, estudiosos del comportamiento humano, tanto en el campo físico como en el metafísico, han considerado y comprobado la existencia de elementos que nos conectan con el resto de nuestra especie e incluso con el universo. Algunos, por ejemplo, hablan de arquetipos y de inconscientes colectivos: aquellas cosas que todos los humanos comprendemos por igual independientemente de nuestra identidad y de aquello que nos hace individuos.

Hace unos días vi un documental muy interesante sobre el consumo de LSD llamado “Have a Good Trip: Adventures in Psychedelics” (2020) . Personalidades mundiales, desde Deepak Chopra y Anthony Bourdain, hasta Sting y Sarah Silverman, comparten sus anécdotas sobre el uso de este psicodélico. Me llamó la atención (incluso me aterró) un dato muy extraño: muchos de ellos recomiendan que, en caso de consumir LSD, uno no debe ni verse al espejo ni entrar a un McDonald’s.

Consciente de lo extraño que esto puede sonar e inmediatamente descartable para quienes piensen que estas son revelaciones y caprichos que solamente sufren aquellos que consumen psicodélicos, encuentro interesantísimo que personas muy diferentes entre sí experimenten efectos y visiones tan similares. Es aún más interesante cuando recordamos que el uso de psicodélicos ha sido una parte fundamental de la historia espiritual de la humanidad: nuestros antepasados, aún viviendo en cavernas, consumían psicodélicos en su calidad de chamanes y tenían visiones compartidas de lugares y seres más allá de nuestro plano existencial.

Más allá del tema metafísico, espiritual o religioso, convendría considerar que, después de todo, somos de una misma especie y nuestros sistemas son muy similares entre sí. Aunque nos gusta la idea de la individualidad, realmente nos parecemos mucho a los demás. Un año como el 2020 nos ha revelado lo importante que es la convivencia social, la paz que nos provee la ilusión de la certidumbre, la sorpresiva felicidad que nos ofrece la rutina de la que tanto nos quejamos y lo mucho que nos sana un rayito de Sol o ver un árbol bailando con el viento. Nos gusta sentirnos únicos, con nuestros gustos rebuscados y nuestras personalidades forzadas, pero no estamos hechos para vivir la soledad de no pertenecer; nos gusta ser parte de un grupo, pero no nos gusta mucho la idea de no tener una identidad propia.

Hoy, 23 de Junio, tembló en México. Los medios reportan una magnitud de entre 7-7.5 Richter. Escuchar la alerta sísmica fue revivir el traumático recuerdo que nos dejó un 19 de Septiembre que, por segunda vez en dicha fecha, derribaba la ciudad. Hoy, cuando estábamos en la calle, la mayoría de nuestros vecinos traía cubrebocas, había salido ordenadamente de los edificios y observaba con atención. “Te quiero mucho…” le dijo una señora a otra cuando ya había terminado de oscilar la tierra, “perdóname por todo. No era mi intención”. Y se abrazaron en un llanto mudo que seguramente les recordaba que somos parte de algo mucho más grande que nuestro egoísmo.

Sin restarle importancia a la cadena ininterrumpida de eventos con los que este año ha azotado nuestra realidad, debemos considerar las bondades que nos trae la cercanía al horror. Como resultado de la permanencia de esta nube gris sobre el mundo, quizá sea  más evidente que son muchas las cosas que nos conectan con él. Todos tenemos miedo a la soledad, al abandono y la pérdida, todos queremos ser amados y ser visibles; estábamos muy distraídos en el juego individual, en la vanidad y el brillo aislado y nos estábamos perdiendo de la oportunidad de sentir profundamente lo que significa ser humanos, con nuestra capacidad única de imaginación y razón, sobre asientos privilegiados para observar este pequeñísimo momento del universo.

Quizá es hora de comprender que podemos funcionar de otra forma, que existe el retroceso y la corrección de los errores, que existe el perdón y que nos podemos regalar una mejor vida si escuchamos con atención lo que nos dice un año que nos apunta entre los ojos: a vivir, y a vivir bien, porque múltiples cañones le apuntan a nuestro mundo.