Seguido del éxito inmediato que fue El Hobbit en 1937, fue hasta 1954 que El Señor de los Anillos vería la luz. Ambas obras son las que llevarían a John Ronald Reuel Tolkien a la inmortalidad como el máximo referente de la fantasía épica, sin embargo, todavía faltarían unos años para que uno de sus relatos más importantes viera la luz.
Tolkien trabajó en esta novela desde muy temprana edad. Tras la publicación de El Hobbit, y habiendo recibido enérgicas solicitudes por una continuación, aprovechó para presentar a su entonces editor, Stanley Unwin, una porción incompleta de El Silmarillion, misma que sería negada por no ser “comercialmente publicable”. El resto es historia, pues tras este rechazo, el escritor se enfocó en la tan solicitada precuela, concebida como la saga sobre el anillo único y sería hasta 1977 que El Silmarillion vería la luz.
Esta obra, no solo es una precuela a los sucesos ocurridos en los libros anteriormente mencionados, sino que relata, dentro de sus múltiples tramas, el momento de creación de la Tierra Media y el nacimiento de las diferentes especies que en ella habitarán, tal como enanos, elfos y hombres, cuyo papel es central en las historias.
En esta pieza los invito a hacer una exploración de El Silmarillion, obra póstuma de J.R.R. Tolkien. He dedicado una buena parte a relatar cómo fue que esta llegó a mí, y a lo largo del camino podré ahondar en algunos de los momentos que considero más memorables.
Sería incorrecto decir que es un libro poco conocido, pues ha vendido millones de ejemplares desde su publicación y sin duda está en los estantes de los apasionados de la fantasía, sin embargo, cuando se le compara con El Señor de los Anillos, puede que algunas personas no logren identificarlo con tanta facilidad o incluso lo consideren, erróneamente, menos relevante.
Aún recuerdo cuando llegó a mí un ejemplar de El Silmarillion, el cual, fue adquirido por mi hermano, quien a su vez, me obsequió los cinco volúmenes de Canción de Hielo y Fuego. Durante los próximos cuatro años habría de abocarme al extenso trabajo de George R.R. Martin y su excelente saga, apartando todo lo que no tuviera que ver con Westeros y los Siete Reinos.
Pasaron varios años y el libro de JRR se mantuvo en mis estantes esperando a ser leído. Tenía una vaga idea de la trama, aunque nunca indagué de más para evitar revelaciones prematuras. En un par de ocasiones decidí que el momento había llegado y me dispuse a leerlo. Abrí el tomo e ignoré descaradamente algunas páginas que contenían lo que parecía ser un prólogo, seguido de una carta que el escritor dedicó a un amigo suyo años antes de morir. No dudé que aquellas páginas y apartados contenían información relevante para todo aquel que se embarca en la misma aventura que yo, sin embargo, no quise demorarme más, pues mi urgencia por revelar el enigma de El Silmarillion era enorme, como para detenerme en dedicatorias y apéndices que no tenía tiempo de leer. Pasé las hojas con urgencia y desesperación, sumados a la sensación de que el autor me estaba entreteniendo más de la cuenta. Hasta que lo logré. Dejé atrás los párrafos y la verborrea para llegar a una página casi en blanco. Solamente contenía, en el centro, una palabra cuyo significado no estuve ni cerca de comprender. La partí en sílabas y la pronuncié como pude: Ai-nu-lin-da-lë.
Como se podrán imaginar, aquellos y aquellas que estén familiarizadas con esta obra, no había pasado de la décima página cuando tuve que parar, agotado y frustrado, pues no entendía nada de lo que recién había leído. Recuerdo sentir que estaba frente a un texto quinientos años más viejo que yo, intrincado y denso. Me sentí como las primeras veces que uno intenta leer filosofía o derecho en la escuela, barriendo líneas de izquierda a derecha, sin poder abstraer la más mínima idea de lo que se quiere decir, pero al mismo tiempo sabiendo que hay una palpable sabiduría y conocimiento, revelándose pese a las limitaciones propias.
Nuevamente sentía que Tolkien se reía de mí, con su pipa humeante y su sonrisa carismática. Después de varios intentos, reconocí mi derrota y lo hice a un lado. Meses después regresé con energías renovadas pero tuve la misma suerte. Nunca sentí desagrado hacia el libro, por el contrario, dichos intentos solo me hicieron sentir un mayor respeto e intriga hacia el autor y su creación.
Pasaron los años, terminé de leer a George R.R. Martin, leí El Hobbit sin mayor complicación, así como otras novelas y ensayos, de autores varios. Paralelamente me dediqué a leer Mitología Nórdica, otro fascinante tópico para mí y fue hasta hace pocos meses, que decidí terminar lo que hace tiempo había empezado.
Recuperé el tomo tras un lustro de abandono. Revisé cuidadosamente el índice para notar que Quenta Silmarillion, el relato que da título a la obra, inicia en el tercer capítulo. Fue hasta terminar el libro que decidí leer los capítulos uno y dos pues, si bien están relacionados a la historia, pueden ser saltados en una primera instancia y es un hecho que su digestión vendrá con mayor facilidad habiendo leído el Quenta Silmarillion. Poca fue mi sorpresa al toparme con que dicha secuencia o método de lectura es naturalmente recomendada en varios foros, incluyendo la Tolkien Society de Reino Unido.
En forma muy resumida, Ainulindalë y Valaquenta son los dos capítulos iniciales y en ellos se relata, tal como si fuera un mito, la creación del mundo y la tierra media. Por ello, y de manera completamente intencional, el autor emplea un lenguaje complicado y elevado, cuyo tono se siente arcaico y abstracto. Tan sublimes como el resto de la obra, aunque desafiantes si te toman por sorpresa. Esto sucede en la mayoría de los casos, pues habiendo leído El Hobbit o El Señor de los Anillos, se puede pensar que esta obra no debería imponer mayor complicación. Por lo contrario, es una de las más demandantes, pero exquisitas a la vez.
Sé que el fragmento de vida personal que acabas de leer, probablemente no fue la razón por la que decidiste entrar al texto, seguramente sentiste tentación abandonar este sitio, al ver el rumbo que tenían las cosas. Siendo honesto, yo también estuve cerca de no terminar, así que, gracias por perseverar, es momento de pausar mi anécdota para comenzar a profundizar en la famosa interrogante:
¿Qué es El Silmarillion?
“Es un recuento de los días antiguos, o La Primera Era del Mundo. En el Señor de los Anillos fueron narrados los grandes eventos al final de Tercera Era, pero los cuentos del Silmarillion, son leyendas derivadas de una pasado mucho más profundo, cuando Morgoth, el primer Señor Oscuro, habitó la Tierra Media, y los Altos Elfos libraron una guerra contra él por la recuperación de las Silmarils.” – Christopher Tolkien, 1977.
De Valinor, las Joyas y la Primera Era.
Las Silmarils fueron tres hermosas joyas, creadas por Fëanor, príncipe de los Noldor, una de las tres casas de los elfos que partieron de la bahía de Cuiviénen bajo las estrellas, para ir a morar con los Valar, creadores y padres de todo en la Tierra Media. Mucho antes de que el Sol y la Luna viajaran por los cielos, la tierra se alumbraba con la luz de Laurelin y Telperion, los sagrados Árboles de Valinor. Cautivado por su belleza y ponderando la manera de inmortalizar la luz de los árboles, Fëanor decide entonces crear las Silmarils. Tres piedras hermosas y, en su interior, la luz inmaculada de los dos árboles.

Con envidia y desdén hacia la raza élfica, Melkor roba las Silmarils, hundiendo la tierra en tinieblas y desatando la ira de los Noldor, quienes le declaran la guerra a él y a todo aquel que pretenda tomar posesión de las joyas. Movidos por el orgullo y la discordia del Señor Oscuro, los Noldor se rebelan contra los Valar y parten al exilio en la Tierra Media, para así continuar con su misión y cumplir su juramento. Negligentes al terrible precio que pagarían en su disputa, el juramento de los Noldor sería una maldición inescapable que traería solamente destrucción, traiciones y penas para los elfos, así como al resto de los habitantes de la tierra media, pues el destino de todo y todos, estaría por siempre atado a las joyas y su luz imperecedera.
Fue así como los Noldor llegaron a Beleriand y fundaron algunos de los reinos más importantes y antiguos, cuya belleza es recordada a través de las canciones. Las mil Cavernas de Menegroth en Doriath, el reino perdido de Nargothrond y la hermosa Ciudad de Gondolin, son algunos de los reinos que se opondrán a los temibles ejércitos de Morgoth y Sauron, su fiel sirviente.
Todas las historias aquí contadas son sublimes, aunque trágicas a la vez. Tolkien es capaz de conmovernos a través de las historias tristes, pues en ellas nos muestra algunos de los actos de mayor heroísmo, amor y fraternidad, componentes que podemos estudiar en gran parte de su obra. Los personajes se enfrentan a pruebas y desafíos inimaginables, tanto de alma como de cuerpo.
Los cuentos que encontramos en el Silmarillion ofrecen profundas moralejas pero quizá, las tres más emblemáticas, publicadas individualmente y consideradas como los Tres Grandes Cuentos de la Tierra Media son: Beren y Lúthien, Los Hijos de Húrin y La Caída de Gondolin.

Por último, El viaje de Earëndil a Valinor, para suplicar a los dioses su apoyo en la lucha contra Morgoth, desencadenaría una de las batallas más legendarias y devastadoras, conocida como La Guerra Iracunda, poniendo fin a la Primera Era. Es así como llegamos a Akallabêth, penúltimo capítulo, que nos cuenta la historia del Reino de Númenor y la línea de los Dúnedain,
linaje al que perteneció Isildur, Antiguo Rey de Gondor, a quien bien conocemos, y todos los sucesos que llevaron al ocaso de este reino milenario y de la Segunda Era.
Akallabêth – La Caída de Númenor
Akallabêth es uno de los momentos más fascinantes en todo el libro. Los Dúnedain, fueron los hombres descendientes de Eärendil, su reinado fue próspero y más poderoso que todos los de la Tierra Media. Favorecidos por Ilúvatar, el ciclo de vida de estos hombres era más largo que el de los mortales comunes, pudiendo vivir por cientos de años en la Isla de Númenor, al oeste, muy cerca de la tierra de los dioses. Pero a pesar de su grandeza, los Dúnedain no tenían permiso de ir a Valinor, pues en su condición mortal, no podrían aguantar la belleza de la tierra imperecedera.
Esto lo aceptan en un principio, pero con el paso del tiempo, sus corazones se amargan y se niegan a aceptar su irremediable mortalidad. Corrompidos por las mentiras de Sauron y enajenados a su deseo de permanecer por siempre en la tierra tal como los elfos, los Reyes de Númenor, cuyo poder fue mayor al de cualquier otro reino en la Tierra Media, deciden tomar su destino en sus propias manos, poner fin a su alianza con los elfos y declararle la guerra a los Dioses en Valinor, desencadenando un cataclismo que dejó al mundo cambiado para siempre.
El último capítulo se titula: De los Anillos de Poder y la Tercera Era. Como su nombre lo dice, es un vistazo a los sucesos que dieron pie a la aclamada trilogía. Sauron busca continuar el trabajo de Morgoth y someter a la Tierra Media en tinieblas, forjando así el anillo único y declarando la guerra a los reinos libres de la Tierra Media.
He tenido que resistir la tentación de desarrollar con mayor profundidad algunas de estas historias, y espero que este escrito pueda acercar a más personas a leer El Silmarillion, ya que indiscutiblemente es una pieza fundamental de la obra de J.R.R. Tolkien, la cual, no solo considero que esté a la altura de El Hobbit y El Señor de los Anillos, e incluso son varios los momentos en que logra superarlas.
Tengo la certeza de que, si decides emprender este viaje, en más de una ocasión, te quedarás sin aliento y te encontrarás regresando en tu cabeza a muchas de las escenas y momentos que
aquí se revelan. Dado lo anterior, también sería natural que te preguntes ¿por qué no se ha realizado una adaptación visual de El Silmarillion? Este tema ha sido más que discutido y, si bien, no está en el rango de este texto, la razón son los derechos de autor, mismos que no están disponibles y permanecen en posesión de la familia del fallecido escritor.
Tolkien: padre de un movimiento de arte conceptual
El mundo de Tolkien no sólo ha sido una prolífica fuente de inspiración para escritores y cineastas, sino también ilustradores profesionales de distintas épocas y estilos, cuyas rendiciones de la Tierra Media han aparecido en diferentes ediciones y recibido gran aclamación y aprecio. Algunos de los artistas más aclamados son John Howe y Alan Lee, quienes incluso participaron como jefes de diseño conceptual para las películas de Peter Jackson y además ilustraron libros enteros. Darrell Sweet, ampliamente conocido por su dedicación a la fantasía, también tiene magníficas creaciones tolkienescas y por último, Ted Nasmith, quien también ha colaborado con exquisitas imágenes para la saga de Canción de Hielo y Fuego, así como una edición completamente ilustrada de El Silmarillion.
Cada estilo es distinto y vale la pena revisar el trabajo de todos, aunque ninguno logra captar la esencia de las historias en El Silmarillion mejor que Nasmith, cuya mezcla entre romanticismo y dinamismo ofrecen un vistazo sublime de los dramáticos relatos.
No puedo negar el ferviente deseo que también he llegado a sentir de poder ver en pantalla algunas de estas escenas: El oscurecimiento de Valinor, la luz de las Silmarils, la quema de los barcos en Losgar, la matanza en Alqualondë, la creación del Sol y la Luna, el duelo de Fëanor contra el Señor de los Balrogs, la Batalla de la Llama Repentina, la aventura de Beren y Lúthien, la tragedia de Túrin Turambar y muchos más. Pero creo que las versiones ilustradas de los artistas pictóricos anteriormente mencionados le hacen digna justicia.
La realización cinematográfica de El Silmarillion implicaría un reto mayúsculo por la siguientes razones: su narrativa no convencional no se centra en un personajes exclusivo, por lo cual, hay más de un protagonista. El ciclo de tiempo transcurrido en la primera era es muy extenso, requeriría más que una trilogía o incluso una serie, para poder contar todos los acontecimientos. Por último, los efectos visuales demandarían una producción compleja y
costosa, que a pesar de ser lograble hoy, dada la popularidad de las obras de Tolkien, requeriría una ejecución impecable en todos los sentidos.
Podré estar equivocado pero, quizá es mejor que los relatos en El Silmarillion sigan siendo transmitidos tal como en la Tierra Media, a través del papel, canción y frente al calor de un fogón.
Licenciado en Ciencias de la Comunicación en la Universidad Anáhuac. Está especializado en producción y dirección de medios digitales. Ha colaborado en diferentes ramas de la comunicación desde el periodismo y redacción así como post-producción digital y comunicación organizacional.