En Memoria de Ricardo Katz

En Memoria de Ricardo Katz

  

                                                                                   The distinction between the present, the past and the future is only an illusion, however, persistent. 

“Albert Einstein”

    Es cuestión de firmar un papel para ir al espacio, al rentar su cuerpo como objeto de estudio a los experimentos que requiera la ciencia. Todos los voluntarios, tras una serie de pruebas dentro y fuera de órbita, regresan vivos a Tierra, recompensados con dinero y  memorias de la grata experiencia. Cada misión consta de distintos lineamientos y procesos, la intención de la investigación es identificar las anomalías físicas y psicológicas que conlleva la exploración espacial. Entender el comportamiento del hombre implica sobrepasar los límites de lo correcto, tomar un riesgo menor por el bien común de toda la humanidad.

      Ricardo Katz firmaría un 11 de Agosto la carta responsiva más elaborada de su vida. La misión, cuyos tecnicismos serían controlados a distancia por NASA, solicitaba que el señor Ricardo Katz viajara al espacio dentro de una pequeña, más no modesta, nave individual, por un periodo de seis días en completa soledad. La cantidad de dos millones de dólares se depositó en la cuenta del Doctor Ricardo Solórzano Katz. A los dos días, se le realizaron pruebas médicas y psicológicas, confirmando que todo estuviera en orden, que su cuerpo aguantará las fuerzas de gravedad y posteriormente la sensación de vacío que causa la ausencia de esta fuerza; se verificó que la mente de Ricardo resistiera el trauma ontológico que nace y coexiste en el cosmonauta, después de pasar X tiempo navegando las oscuras instancias del sistema solar. 

         Ya que era considerado un sujeto de estudio, el entrenamiento de Katz duró solamente unos cuantos meses. Se enfocaron en la preparación emocional, así como en aspectos técnicos cruciales para llevar a cabo la misión. El tiempo en el espacio, peculiarmente en la oscuridad de la nada, desorienta la percepción del hombre; no es tarea fácil ni para seis días, ciento cuarenta y cuatro horas, la mitad del experimento sería un viaje de ida, la otra mitad el regreso al planeta Tierra. El 23 de Septiembre del 2017, Ricardo Katz cumplió el sueño que lo despertaba por las noches desde que era un infante: salir de la atmósfera y observar el planeta en primera persona, y así, desatar el poema más maravilloso jamás creado, la propia razón de la existencia viéndose a los ojos. La cápsula con el nombre de “Moon 23” transportaba una conciencia ejemplar a través de una ruta preestablecida, un viaje de aislamiento, pero más que nada, de asimilar la convivencia con uno mismo. 

         Ricardo Katz fue seleccionado entre millón y medio de aspirantes, este detalle él no lo sabía. De todas las pruebas, Katz obtuvo las mejores aptitudes, el IQ más alto, la edad perfecta (42 años), buena densidad de huesos, tolerancia a la frustración, tejido muscular desarrollado, resultó soltero y sin hijos, de peso promedio, de pensamientos equilibrados y de excelentes conocimientos en las ramas de la física. El proyecto Moon 23 era un caballo troyano, un experimento engañoso, brutal y cruel, aunque crucial para entender algunas consecuencias en los zapatos del otro. 

    Al principio, el más sutil de los detalles, como la amplia visión de la tierra y el desasosiego del negro absoluto, conmocionaban a un encantado Ricardo Katz, sumamente sensible ante la imagen surrealista de lo frágil que es la vida. El tiempo avanzó, las distancias encapsularon a la tierra en un pequeño punto azul, el ocio y el reloj conspiraban en su contra, y esos primeros pensamientos de paz se tornaron en angustia y en arranques de ansiedad. Se había arrepentido, demasiado tarde. 

     Para ser exactos, cien horas en movimiento a través de la inmensidad, lapso en que la dudas tomaron el control de la misión pero también surgieron algunas certezas. Ricardo comprendió que había sido engañado, que las dimensiones de su viaje iban más allá de una semana en el espacio, que la comunicación con NASA se había perdido intencionalmente y que las reservas de alimento y de oxígeno no coincidían con la duración acordada, sino que lo mantendrían vivo por meses, puede que por años, antes de siquiera regresar a la Tierra. Al comprobar cierta su teoría, Ricardo Katz cayó en una depresión equiparable a la penumbra que lo rodeaba. Siguió viajando en línea recta hasta que perdió conciencia del tiempo. 

       Desde sus trincheras, científicos de distintas disciplinas y nacionalidades analizaron la conducta del único hombre a bordo de Moon 23; monitoreaban los órganos vitales de Ricardo, enfatizando en la actividad cerebral. No todos gozaban del sufrimiento del señor Ricardo Katz, la mayoría se dedicaban a observarlo por morbo o por simple curiosidad, hubo quienes se arrepintieron y renunciaron. Muy pocos sacaron provecho del estudio, puede que ninguno. La verdad sobre el proyecto nunca se hizo pública, y los archivos que validaban la existencia de Ricardo Katz desaparecieron. Entre otras irregularidades, se dice que Moon 23 eventualmente regresó al planeta Tierra con un desorientado pero vivo Ricardo; en contra de su voluntad, habría de pasar otro largo periodo de estudios y pruebas, encerrado como un animal salvaje en las instalaciones de la NASA. Otra versión, la más probable, apunta a que la cápsula no regresa nunca, a que el tiempo termina por borrar a Katz y algún cuerpo celeste impacta la cápsula en el corazón de la Vía Láctea.