El café da vueltas y todo alrededor de él también.
Mi cabeza escribiendo sobre el papel, las manos tramando
los semicírculos del lenguaje, peatones rodeando la cuadra
caminando en líneas que a su vez forman ciclos perpetuos.
Hombres que leen lo que otros hombres escriben, escuchas,
locutores, anunciantes y compradores, la dama, el varón y
la música del amor.
De la taza de café, que reposa en el escritorio
y sobrevive ante el algoritmo de instituciones cuadradas,
no antes de los planetas y las galaxias en movimiento,
viene la exquisita órbita de los pájaros
cuyas planicies en el cielo simulan todo lo que hay que simular,
dibujan planos imposibles para otros animales,
concentran en una danza la luna.
Muy a lo lejos del vecindario de mi ubicación, se recorren,
se plantean las preguntas que forman circunferencias:
esas cuestiones de respuestas perfectas,
de retórica deslumbrante, eterna, instintiva,
de un sentimiento/sentido mortal.
El último círculo que se plantea en este poema
es la literatura de la vida:
se despierta, uno vive y uno muere, cuando de repente
el salvaje duerme.
Se apagan las luces, se prenden, siempre habrá un amanecer.
Los círculos, los ciclos, los sistemas, las ideas,
el moverse de punto A a punto B, memorándum del sol,
se puede representar en una curvatura.
Escritor mexicano de narrativa breve y poesía en Pluma Forte, Editorial Orígenes y Publicaciones Trayecto.