No puedo pensar en una sola ocasión en la que mis expectativas de un año se cumplieran como lo esperaba. Un año comencé estudiando psicología y terminé ese año fuera de la licenciatura y saliendo en la TV comentando eventos culturales; el año que me salí de una carrera fue el primer año en el que realmente tuve mucho trabajo. Otro año me iba a ir a vivir a otro país a buscar nuevos horizontes y aceptar mi soledad y soltería por un rato, ya tenía los papeles, y hasta sabía la dirección de mi departamento; pocos meses después, sin salir de mi país, me mudaría con quien hoy es mi esposa (ni un poquito de arrepentimiento en ello, por cierto).

Ese mismo año, el primero de la pandemia, intenté un negocio de yoga, pensé seriamente en estudiar para convertirme en chef y también contribuí con mi granito de arena al innecesariamente vasto mar de podcasts que nacieron en 2020.

Con esto en mente, el mes anterior estuve pensando en tres ideas: la primera, que en este mundo cada minuto trae entre manos una ruleta; la segunda, que nuestros pensamientos vienen de una ruleta similar; la tercera, que hay que ponerle mucha atención a los resultados que emergen de estas dos ruletas.

Creo que a todos nos ha quedado muy claro cómo puede cambiar nuestra realidad de un momento a otro. Vivimos dentro del caos y remamos con inocente fuerza sobre barquitos vitales en una tormenta incesante de sorpresas. Sin embargo, a veces olvidamos que nuestro mundo interno—eso es, nuestra mente y sus contenidos— también es caótico y no tan conocido como creemos.

A veces nos sentimos avergonzados o incómodos por haber pensado en algo que “no deberíamos estar pensando” pero ¿en verdad podemos controlar aquello que pensamos? ¿No es un pensamiento, más bien, una propuesta que viene de un lugar parecido al vacío? Quizá nos sentimos mal porque no sabemos qué hacer con los pensamientos cuando nos son incómodos, inesperados, sorpresivos, disruptivos…

Así como las sorpresas del mundo nos asaltan a la vuelta de la esquina, también lo hacen nuestros pensamientos, que tienen siempre la oportunidad de transformarse en realidades.

Los últimos años han sido realmente caóticos. Lo escribo desde una perspectiva personal, pero estoy seguro que no soy la única persona que siente que la vida se tornó un poco rara. Tal vez fue el virus, tal vez fue el “regreso a la normalidad” que realmente nunca sucedió, tal vez es el extraño clima político, las guerras, las legiones de opiniones violentas que nadie pidió en las redes sociales, o los ejércitos de humanos que no despegan ni un segundo el ojo de sus celulares.

O tal vez sea yo, con ideas que mejor sería escribir que solamente pensar. Eso fue lo que pasó el año pasado: comencé con la idea de escribir en abundancia y no me senté ni una vez a publicar aquí o en cualquier otro lugar. Sin embargo, terminé 2023 publicando un álbum de música electrónica, aprendí a tatuar y ahora sé cocinar un Fettuccine Alfredo auténtico bastante decente.

Estaba haciendo otras cosas, recolectando nuevas experiencias y pensamientos. Me enorgullece darme ese espacio aunque al principio no haya sido intencional. Y, aunque lamento que la revista haya sufrido las consecuencias de esta desviación, comprendo que Pluma Forte también existe dentro del caos y las cadenas de consecuencias a las que todos estamos sometidos.

Le deseo a nuestro público lector, aún un misterio en las estadísticas de nuestra revista, un año con una actitud alegre, con salud y auto-cuidado, abundancia y sabiduría y, como le digo a muchas personas últimamente —aunque no entiendo por qué no les ha hecho nada de gracia a quienes se las deseo– ¡mucha lana!

 

Por un año con, por lo menos, un cuentito publicado.

 

¡Feliz Año 2024!

 

Jorge Eulalio Hernández

Editor General de Pluma Forte

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