Toy Story: una historia existencial

Ver Toy Story en 1995 fue todo un evento. Se trataba de la primera ocasión en la que el mundo sería expuesto a las posibilidades narrativas de un nuevo tipo de cine: la animación digital. Años después de su estreno, PIXAR no solamente sería una importantísima empresa de animación, sino también un referente para la teoría narrativa. En aquel entonces, para un niño de 5 años, Toy Story me pareció una película muy divertida, aunque me horrorizaba la idea de que mis juguetes me observaran mientras dormía o platicaran sobre mí mientras yo estaba en la escuela.

Con los años, cuando comencé a interesarme por la interpretación narrativa, fue muy fácil notar que la belleza de las narraciones de PIXAR y el secreto detrás del éxito al provocar fuertes sensaciones en el público se debe a que siempre han abordado, con mucha inteligencia y creatividad, temas que nos angustian y que normalmente evitamos. “Buscando a Nemo” (2003) y “Buscando a Dory” (2016) son historias sobre limitaciones físicas y cognitivas (Nemo y Dory respectivamente) y la angustia de los seres queridos ante un mundo que no tendrá compasión; “Intensamente” (2015)  es una poderosa enseñanza que nos recuerda que la tristeza y el sufrimiento son una parte inevitable de la vida; Monsters University” (2013) es una carismática historia que nos dice que “querer es poder” es una enorme mentira, y que, quien no tiene el talento, rara vez supera a quien lo tiene; Ratatouille” (2007) habla de los humildes orígenes de la genialidad y las injusticias del reconocimiento público; “¡Up!” (2009) y “Coco” (2017), desde diferentes perspectivas, hablan sobre la muerte, el duelo y la memoria. Es claro que PIXAR ha construido su exitosa y enriquecedora colección de narraciones a través del planteamiento de argumentos y preguntas existenciales, que nos retan como espectadores y nos consuelan al ayudarnos a aceptar nuestra fragilidad. Es la transformación maravillosa del espectador en protagonista.

Pero, a pesar de haber sido profundamente analítico con la mayoría de estas películas, hace poco tiempo noté que, si había ignorado alguna de estas historias, era a la saga de Toy Story. Quizá por ser una película esencial de mi infancia nunca quise someterla al análisis interpretativo, que tanto horroriza a familiares y amigos con quienes lo platico. Debo de admitir que, con el paso de los años, mi desarrollo profesional y la comprensión de nuevas experiencias, esta deconstrucción de películas, música, obras de arte plástico, literatura y otras formas de expresión se ha vuelto algo indispensable para mi.

Entonces ¿de qué trata Toy Story? Por supuesto, tendríamos que hablar de las cuatro películas que componen la saga. En un principio, busqué catalogarlas bajo los temas de conflicto: Toy Story (1995) trata sobre los celos de Woody hacia Buzz; Toy Story 2 (1999) es una búsqueda de los orígenes y naturaleza de los protagonistas: Woody, ahora consciente de que es un juguete de colección, conoce al resto de los juguetes de su línea y encuentra en ellos una familia, mientras tanto, Buzz se da cuenta que es un juguete de producción masiva, pero que no por eso renuncia a la búsqueda de su padre; Toy Story 3 (2010) trata sobre el paso del tiempo, el olvido, el reemplazo y el desapego, y nos recuerda sobre la angustia y horrores que estos elementos provocan en la vida de las personas; por último, Toy Story 4 (2019) trata de la llegada de “Forky”, un juguete creado por Bonnie a partir de un tenedor y cositas que encontraríamos en los estantes de Fantasías Miguel, que argumenta que no fue hecho para ser un juguete y que lleva al resto de los personajes a un viaje de encuentro con su propia naturaleza. Aunque en un principio me pareció absurda la idea de una secuela más, fue a través del planteamiento de este finale que caí en cuenta de la historia en común que comparten los juguetes en todas las películas de Toy Story.

Desde la primera película, es muy claro que los juguetes están ahí para complacer y divertir a su dueño. Les hace felices que jueguen con ellos, formar parte de las historias que Andy genera cada vez que eso sucede. El nombre de “Andy” , escrito en la suela de Woody ( y que será borrado por el reparador de juguetes en la segunda película, arrancándole a Woody las raíces), es un distintivo de gran orgullo. En pocas palabras, los juguetes encuentran plenitud al tener un propietario que juegue con ellos y que decida sus destinos en cada narración y juego. Les horroriza la simple idea de que aquel ser superior no los haga parte de sus planes, el primer paso para el fatídico destino de los juguetes olvidados.

Regresando un poco a los primeros párrafos, recordemos que el éxito de PIXAR se encuentra en su capacidad de hablar de juguetes, peces, robots, ratas y neurotransmisores y, de alguna manera increíble, realmente abordar el tema la condición humana. Me parece que Toy Story, no por coincidencia una de las más longevas y memorables, trata sobre temas que nos provocan insomnio, ansiedad, depresión y profunda angustia: el propósito de la vida y los cuestionamientos existenciales.

Para el trailer de Toy Story 4, los editores decidieron mostrarle al público una importante frase de Forky, que nos hará entender un tema central de la historia: “No soy un juguete. Fui hecho para sopas, ensaladas, tal vez chilli… ¡Y luego la basura!”, esto lo dice antes de aventarse por la ventana gritando “¡Libertad!”. Me parece que, además de ser muy gracioso, es también una invitación a reflexionar sobre la historia definitiva de Toy Story. La primera película gira en torno a una discusión importante: mientras Buzz Lightyear cree que es miembro del Comando Estelar, Woody hace todo lo posible para demostrarle que es solamente un juguete. Ahora, en la clausura de la saga, un personaje está en el otro extremo: él sabe que no es un juguete, pero se ve forzado a fungir como tal. Lo más interesante de Forky es que él, literalmente, es una creación de su propietaria Bonnie. Es a partir de esto que comencé a reflexionar sobre la profundidad de estas películas.

Los seres humanos necesitamos sentido y propósito en nuestras vidas. Nos provoca verdadero horror pensar que todo aquello que conocemos, e incluso lo que ignoramos, no tenga sentido alguno. Es importante para nuestra salud general que tengamos algo que hacer, alguien por quién vivir y, para algunos más que para otros, es importante la presencia de una identidad o ser superior que observe nuestras vidas y que, de algún modo, participe en ellas. De estas preocupaciones vienen las religiones, las prácticas espirituales, el cultivo del honor y la dignidad e incluso la búsqueda de la creación artística. Somos seres que necesitan saber para qué existen, aunque nunca sepamos la respuesta de manera explícita; somos seres que prefieren interpretar el caos como un orden, y ese orden como un plan maestro.

Recuerdo una frase de la película “Constantine” (2005) protagonizada por Keanu Reeves y basada en el cómic Hellblazer: Dios es un niño con una granja de hormigas. No planea nada”. Aquella frase me marcó profundamente pues, a pesar de su cinismo, nos recuerda que, si hay un ser creador superior , somos incomprensiblemente diminutos ante su presencia.  Lo que rescato de esa línea es que Constantine habla de la relación entre Dios y el ser humano como un juego en el que nosotros somos diminutos seres vivos, con una conciencia limitada, trabajando en su granja llamada «Tierra» y a la merced de un gigante incomprensible. No pude evitar relacionarlo con una película de juguetes, cuyos destinos son dictados por su propietario: el ser superior.

Toy Story hace que los juguetes se pregunten sobre su naturaleza. ¿Ser juguete es siempre ‘ser’ para el “gran otro”? ¿Mi felicidad solamente se puede lograr a través de mi servicio a aquél ser superior? ¿Cómo debemos sentirnos si un día notamos que,después de todo, no somos tan importantes para aquél ser e incluso nos ha olvidado? Las preguntas son fortísimas cuando las traducimos a una preocupación humana en su relación con un ser creador. Por supuesto, encontramos consuelo al saber que todos aquellos juguetes han sido atendidos individualmente por sus dueños: en su momento, Woody fue el consentido de Andy, pero fue reemplazado por Buzz; después, Andy se los regaló a Bonnie, que ahora encuentra como protagonista a un tenedor de plástico con ojos. Mientras tanto, todos los juguetes buscan la mirada de su ser superior en turno, siendo “buenos juguetes”, lo cual significa portarse como tal ante la presencia de su autoridad humana.

En Toy Story 4, Woody se reencuentra con su interés amoroso, la pastorcita Bo Peep. “Te has adaptado bien a la vida de los juguetes olvidados” le dice Woody sorprendido. Es justamente esto lo que escribí al principio del artículo: PIXAR nos permite reconciliarnos con aquellas cosas inevitables de la vida, como la imposibilidad de salir de nuestra propia naturaleza y entablar otro tipo de relación con el universo.

La metáfora del ser humano como juguete consciente me parece una de las formas más bellas en las que podemos observarnos a nosotros mismos: diseñados para diferentes fines que debemos aceptar, receptores de la atención de aquel ser que nos diseñó en su momento, inferiores en conocimiento pero con posibilidad de ser sabios a través de tener una vida buena y digna, aceptar el silencio del universo y su caos…

Cuando comenzamos nuestras historias como humanos, creemos, como lo hacían Woody y Buzz en un principio, que somos el centro del universo y que todo es bueno, hasta que aceptamos nuestra naturaleza y descubrimos que también existe el mal y la desgracia en alguien como Sid, un ser superior que nos demuestra que hay juguetes cuyos destinos no son tan buenos como en manos de Andy (Toy Story 1); después nos damos cuenta de que, puesto que no estamos a la altura de un ser superior, debemos voltear a nuestro nivel y reconocer la importancia de nuestros hermanos y nuestros orígenes (Toy Story 2),; con el paso del tiempo, reconocemos que éste nos desgasta y nos aleja de nuestros seres queridos, entendemos que con las despedidas inevitables no viene la muerte (como en su momento lo piensan Woody y sus amigos al casi ser destruidos en un horno), sino que viene un renacimiento en el que encontraremos nuevos destinos (Toy Story 3); por último, nos daremos cuenta que aquello que recogimos y soltamos en el camino nos dió lo que atesoraremos en nuestra despedida como el recuerdo de “la vida”. Que estábamos buscando en el vacío del universo lo que ya teníamos y nos acompañó en todos nuestros días en nuestros seres queridos, a nuestra altura y semejanza.

Toy Story es realmente una historia sobre experiencia de la vida, en la que encontraremos paz al aceptar que somos seres diminutos y efímeros, que no pueden entender los motivos de las fuerzas que determinan su existencia, pero que tenemos la capacidad de vivir cada momento, a través del amor y la sabiduría, con gran intensidad.